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En medicina se puede hacer distintos tipos de diagnóstico.

Para el caso del Covid-19, por ejemplo, se realiza una prueba de análisis con el fin de identificar la presencia de un virus específico.

De la misma forma, en el caso de muchas otras enfermedades o dolencias, se identifica el factor causal según el cual se concreta el diagnóstico.

Se trata de diagnósticos que se fundamentan en la causa del problema. Están relacionados con factores etiológicos, ya que apuntan al estudio del origen de una patología.

Pero ante trastornos del desarrollo infantil, que incluyen las dificultades de atención y aprendizaje, al igual que algunas otras ligadas al comportamiento, el diagnóstico no se hace a través de las causas del problema, sino que se lleva a cabo mediante la evaluación de sus síntomas.

Analicemos el caso de un niño o una niña que presenta dificultades para realizar las tareas escolares, mantener la atención o permanecer en una actividad determinada sin distraerse.

Se trata de un paciente que podría ser diagnosticado con un trastorno de déficit de atención.

Pero si se mueve mucho o tiene conductas de impulsividad, también exhibe características de hiperactividad.

Sin embargo, con esos diagnósticos no se reconoce la causa del problema, sólo se advierten los signos que presenta el paciente.

El riesgo es que trastornos con bases muy diferentes sean etiquetados con el mismo diagnóstico, lo cual llevaría a que sean tratados de la misma forma y, eventualmente, con la misma medicación específica.

Para entenderlo mejor, veamos tres tipos de pacientes, entre una amplia gama de posibilidades:

  • Un niño que nació prematuramente, con bajo peso, y que tuvo una hospitalización temprana
  • Un niño que es neurológicamente normal, pero tiene malos hábitos en su hogar, como pasar excesivo tiempo frente a pantallas, y que no tiene una buena regulación del sueño
  • Un niño que sufre abusos en el entorno familiar o bullying en la escuela, cuya situación psicológica o social no le permite estar tranquilo y concentrarse en las tareas

En los tres casos podemos estar frente al mismo diagnóstico: un trastorno de atención y aprendizaje.

Al mismo tiempo, con un origen diferente para sus dificultades, enfrentan el riesgo de recibir similar tratamiento.

¿Pero qué pasa si necesitan una atención específica, teniendo en cuenta el origen de sus problemas, y a la vez global, incluyendo a sus familias?

Específicamente, el niño de bajo peso debería ser ayudado para mejorar sus capacidades sensoriomotoras y cognitivas, lo cual podría suponer para él un beneficio tremendo.

El niño que sufre abusos necesita una revisión de la influencia que el entorno tiene sobre él. Y, si ya ha abandonado ese contexto nocivo, requiere atención psicológica para trabajar sobre el trauma y ser ayudado a volver a encontrar su potencialidad y su capacidad para el rendimiento escolar.

Y en el tercer caso, el niño debe mejorar sus hábitos y organizar su vida de forma diferente. Asimismo, se impone una intervención educacional sobre su familia.

Cada uno de esos niños demanda una intervención particular.

Es por todo eso que los diagnósticos en cuestiones de desarrollo, cuando no se entiende el origen o los factores causales y se etiqueta al paciente para ofrecerle un tratamiento único, suponen un peligro.

Lo mismo pasa cuando el tratamiento médico es único y no se incluye a ciencias de la salud como la fisioterapia, la psicología o la optometría, para poder llevar adelante el acompañamiento global a estos niños y sus familias.

Por otra parte, sucede frecuentemente que un niño o niña, con diagnósticos no causales, presenta diferentes trastornos al mismo tiempo.

Es probable que algunos de ellos, con trastorno de la atención, presenten además déficit de aprendizaje. Se debe a que en el ámbito escolar podrán chocar con dificultades para concentrarse en tareas específicas.

También niños o niñas con trastornos del desarrollo de la coordinación, que son etiquetados de “torpes”, pueden exponer problemas de atención y aprendizaje.

Esto sucede porque, al no ser diagnósticos muy específicos, lo que tenemos son niños encasillados en lugares que no constituyen la mejor forma de entender su funcionamiento.

Frente a este amplio panorama, emerge una conclusión:

Es muy importante, y absolutamente necesario, que los diagnósticos sean mirados con cierta perspectiva por profesionales y familias.

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