El primer año de vida de nuestros hijos es una etapa determinante para entender cómo será el desarrollo que tendrán, tanto a nivel físico como afectivo. En este período, el bebé va a construir las bases fundamentales de su movimiento, su coordinación, su manualidad y su postura. Se trata de las llamadas “ventanas de programación”, ya descritas en el libro Ayúdale a Despegar.
El bebé nace programado para realizar muchas actividades, como levantar la cabeza cuando está boca abajo, mirar con atención a los objetos que están a su lado e intentar agarrarlos, ponerse en “cuatro patas” y, un poco más adelante, también gatear. Todas estas experiencias sirven para construir una maduración del sistema nervioso, la que puede estar facilitada por el estímulo de los padres.
Durante el primer año de vida, se distinguen tres períodos
Hasta los 4 meses, es el período de lo automático. El bebé todavía no tiene intencionalidad, ni capacidad de querer hacer algo. Tampoco controla sus movimientos y vive en función de sus necesidades más fundamentales. Apenas desarrolla la capacidad de mantener la cabeza y fijar la mirada. Durante esta etapa, lo más importante es brindarle masajes, besos y muchos estímulos en contacto piel con piel. También es aconsejable que experimente movimientos que le causen sorpresa, ya que esta experiencia lo prepara para las cosas inesperadas de la vida. Del mismo modo, pueden ser muy útiles los estimulos visuales de calidad, gracias a objetos o a patrones blancos y negros de alto contraste.
Entre los 4 y los 9 meses, es la etapa del desarrollo de la motricidad gruesa. Es decir, la capacidad de mover el cuerpo de una forma general, mantener la posición y desplazarse. A los 4 meses, cuando se desarrolla la intención, el bebé empieza a querer agarrar objetos, arrastrarse, girar o voltear. Entre los 7 y los 8 meses comienza a levantar la pelvis para ponerse a “cuatro patas”. Finalmente, sobre los 9 meses, se sentará por sí solo, podrá gatear y ponerse en pie. También, entre los 4 y los 9 meses, surge la voluntad de seguir objetos, agarrarlos y llevarlos a la boca para conocerlos. Esas experiencias son muy importantes y hay que garantizar que sean seguras para ellos. En este periodo es mejor dejarlos boca abajo y poner los objetos a la distancia suficiente, preferiblemente a los lados, como para que tengan que ir a por ellos. Cuanto más dejemos juguetes a un lado y otro del niño, más va a tener que girar la cabeza y estirar los brazos, lo que es muy importante para la coordinación óculo manual y para mantener o ganar el movimiento del cuello y que la cabeza no se aplane. En esta etapa cuentan muchísimo las experiencias en el suelo. Un bebe de entre los 4 y 9 meses debería estar en el suelo alrededor de 6 horas al día, siempre al cuidado de un adulto. Y esto debería ocurrir aunque se quejen, algo que puede suceder si en los primeros meses de vida no tuvieron esa experiencia, porque no están debidamente entrenados y les supone mucho esfuerzo.
A partir de los 9 meses empieza una parte muy interesante que es la de la motricidad fina y el despertar de lo cognitivo. No es que antes no tuviera aspectos cognitivos y sociales desarrollados, sino que estos se van a disparar a partir de este momento. El bebe ya se puede sentar, puede ponerse de pie, puede ir a “cuatro patas”, empieza a poder utilizar una pinza e ingresa en el momento del desarrollo de las primeras palabras. Es por todo esto muy aconsejable hablarle mucho e incentivarlo a juegos con objetos y actividades con cosas a meter y sacar de un cubo o de una caja.
En síntesis, el primer año es una verdadera maravilla y un periodo emocionante que tenemos que vivir estando muy presentes en las experiencias de nuestros hijos.